El Romanticismo fue una orientación intelectual que caracterizó muchos trabajos de literatura, pintura, música, arquitectura, entre otros desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX.
Esta corriente es vista como un movimiento que buscaba exaltar al hombre, la naturaleza y la belleza, así como la idealización del espíritu de rebeldía, libertad e independencia e contraposición a los conceptos de orden, calma, armonía, balance y racionalidad típicos del período clásico y neoclásico.[1]
En la música, este período fue de gran esplendor y se basó en el culto de la expresión emotiva del ser humano. En este sentido, Ludwig Van Beethoven constituyó el vínculo entre el período clásico y el romántico. Igualmente, se destaca que muchos compositores dejaron de trabajar por encargo de iglesias o príncipes y pasaron a formar parte de los círculos literarios de la época, aspecto que permitió una mayor libertad para el desarrollo de las composiciones.
Ludwig Van Beethoven (Bonn, Alemania 1770 – 1827), compositor que caracterizó el período romántico, se destacó como uno de los más grandes compositores de la historia. Aunque su legado es sumamente amplio, resalta por contribuir al desarrollo de la orquestación moderna, igualmente los cuartetos de cuerda y las sonatas de piano.
En la obra de Beethoven se pueden encontrar tres períodos:
En el primer período, desde 1782 (fecha de sus primeras composiciones) hasta 1812, Beethoven estudia y manifiesta una importante influencia de la tradición clásica, especialmente de las composiciones de Wolfgang A. Mozart y Joseph Haydn. Entre las composiciones de este período resaltan seis sinfonías, los cuartetos Opus 18, las diez primeras sonatas para piano y los cinco conciertos para piano.
Durante el segundo período, desde 1812 hasta aproximadamente 1816, la música que compone se hace más personal y expresiva. Las obras que destacan en este período son las sinfonías 7 y 8, la música para el drama Egmont de Goethe, Obertura Coriolano, la ópera Fidelio, los cuartetos Opus 59 (Rasumovsky) 74 y 95, los conciertos para piano en Sol y Mi bemol, un concierto para violín y las sonatas para piano hasta el Opus 90.
Durante el tercer período, desde 1816 hasta 1827, Beethoven refleja una mayor reflexión e introspección. En este periodo compuso las cinco últimas sonatas para piano (treinta y dos en total), las variaciones Diabelli, la Missa solemnis, la Novena sinfonía (estrenada en 1824) y los últimos cuartetos de cuerda, incluyendo la Gran Fuga.
El legado de la obra de Beethoven es enorme. Realizó composiciones para todo tipo de instrumentos y estilos (sinfonías, música de cámara, instrumentos solistas, música vocal entre otros) en los que se incluyen en términos generales:
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Los cuartetos de cuerdas (17 en total) destacan especialmente por la evolución que representaron para la música de cámara. Los cuartetos compuestos desde el segundo período compositivo de su vida reflejan una gran profundidad, originalidad y expresión.
Beethoven contribuyó enormemente a desarrollar un balance entre la expresión musical y humana, el virtuosismo y la estructura formal de la música para aquel entonces.
Los compositores posteriores a él, alteraron aún más este balance al aplicar más libertades a las formas y estructuras musicales, mediante un mayor reflejo de los sentimientos y emociones.
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